GRACIA INESPERADA

1 de marzo, 2019 por Emily Snell

Un verano participé en un programa de estudio bíblico por
diez semanas en la cárcel para mujeres de Tennessee. Cada
miércoles estuve en un aula junto a otras 25 mujeres para compartir
historias personales, estudiar la Biblia y tomar en cuenta
la obra de Dios en el mundo.
Nunca antes había estado en una prisión y no sabía qué esperar.
Las mujeres que conocí fueron mis maestras, mis compañeras
fieles, mis amigas y mentoras. Hablaron de su dolor y
tristezas con enojo y, a la vez, vulnerabilidad. Al profundizar
en la práctica espiritual de escuchar, sus relatos fueron como
una revelación. Mis amigas de la prisión me enseñaron qué
significa reconocer la humanidad de una persona, percibir a
alguien íntegramente — sus inseguridades, faltas, talentos, sabiduría,
traumas y resistencias.
Cuando pienso en mis amigas de la prisión, recuerdo el
relato en el capítulo 4 de Juan de la mujer samaritana que se
encuentra con Jesús en el pozo. Jesús conoce la historia de
la mujer y, a pesar de las normas sociales, elige entablar una
conversación con ella y ofrecerle agua viviente. Creo que Jesús
hace esto con todos nosotros. Nos ofrece el agua viva, la libertad
espiritual.
Con el agua viviente que nos ofrece Jesús, somos libres
para relacionarnos con Dios. Nos libra de la desesperanza, de
hallar sentido solo en cosas materiales y temporales. Nos abre
un camino para vivir la gracia de Dios en nuestras vidas. Mis
amigas de la prisión parecen tener una comprensión mucho
más profunda de la libertad espiritual que cualquier otra persona
que conozco. Aunque a veces se sienten olvidadas y en el
encierro, saben que Jesús las valora y que les ofrece la libertad
más auténtica posible. Al relacionarnos con Jesús, nuestras
almas son liberadas por la gracia de Dios para vivir de verdad.
No sé toda la historia de lo que había vivido la samaritana,
qué pensaba la sociedad de ella ni lo que ella pensaba de
sí misma, pero sé que Jesús rompe las reglas al ofrecerle un
nuevo modo de vida. Jesús hizo lo mismo en la cárcel para
mujeres de Tennessee, donde continúa rompiendo barreras,
extendiendo la gracia y abriendo las puertas hacia la libertad

espiritual. A pesar de las terribles experiencias que a veces
soportamos, podemos confiar en que Dios está con nosotros
y que obra entre nosotros. Al conocer las historias de mis amigas,
me sorprende la capacidad de su esperanza y el perdón
que ofrecen. Finalmente, muchos otros creyeron en Jesús por
el testimonio de la mujer samaritana (ver Juan 4:39). De forma
similar, las mujeres que conocí en la prisión llevan a otros a un
encuentro con Jesús. Al compartir sus testimonios, son ejemplos
de la fe en Cristo que inspiran a otras internas, visitantes y
voluntarios.
Creo que la redención presente en sus historias es posible
solo por la gracia de Dios. Y fue esa gracia la que recibí cuando
compartí con ellas mi propia historia de quebranto. Todas las
palabras que compartieron fueron para mí una gracia inesperada.
Sabía que Dios estaba obrando, pero no esperaba encontrar
tan profundo mensaje sanador en la prisión.
Los miércoles en la prisión me enseñaron que quienes
están encarcelados no sufren más quebrantos que yo. Tal vez
nuestra pena sea diferente, pero todas pertenecemos a este
conjunto de humanos que sufre. Y a lo largo de las penas y
alegrías de la vida, la gracia de Dios nos sostiene y nos sana.
Mi oración es: en cualquier situación en la que nos encontremos,
que estemos atentos a los momentos en que podamos
recibir la gracia de Dios. Es solo mediante su gracia que experimentamos
la verdadera libertad. Al aceptar estos momentos de
gracia, que seamos un recordatorio tangible, unos a otros, que
Dios está siempre obrando.

Preguntas para la reflexión:
1. ¿Alguna vez halló usted la gracia en un lugar inesperado? ¿Qué
le enseñó esto sobre la manera en que Dios
obra en el mundo y en nuestras vidas?
2. ¿En qué momento el escuchar la historia
de alguien cambió su perspectiva? ¿Cuándo
compartir su propia historia resultó ser una
experiencia significativa?

Emily Snell
Asistente de Gerencia de The Upper Room


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Imagen por: Guy MOLL