Sra. Maureen Kambarami (Inglaterra, Reino Unido)
Señor, mi Dios, tú mantienes mi lámpara encendida; ¡tú eres la luz de mis tinieblas! - Salmo 18:28 (RVC)
La cita bíblica de hoy me lleva de regreso a mi infancia en África. Crecí en un hogar asolado por la pobreza, en medio del alcoholismo y el abuso. Como resultado, me refugié en los libros y me convertí en la primera de la clase. Sin embargo, al ir creciendo, la situación en mi hogar empeoró y llegué a sentir vergüenza y una baja autoestima. Bravucones de todas las edades se aprovecharon de esto, aumentando lo mal que me sentía. Mi padre, en los pocos momentos en que estaba sobrio, me convencía de que una hija era una carga y no algo bueno.
Sin embargo, a través del incansable compromiso de mi madre con la oración, aprendí que no hay obstáculo grande para Dios. Durante toda mi vida Dios ha enviado personas para iluminar mi camino, tales como mi profesor de escuela secundaria que fue mi mentor y con mucho esfuerzo revirtió todos los pensamientos negativos que yo albergaba, y mi familia extendida que dispuso de sus recursos para ayudarme y acogerme. Muchas más personas contribuyeron a mi bienestar.
Ahora que soy una profesional que atiende a víctimas de abuso, comprendo cómo Dios usó las experiencias y dificultades vividas para prepararme para este trabajo. Cuando miro atrás, me convenzo más y más de que Dios sabe qué es lo mejor para cada uno de nosotros y que podemos confiar en Dios.
Las personas que me alientan y sostienen son regalos de Dios.
por quienes son víctimas de abuso
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