Sr. Víctor Lugo Pérez (Ponce, Puerto Rico)
Y a mí, que estoy pobre y afligido, no me olvides, Señor. Tú eres quien me ayuda y me liberta... - Salmo 40:17 (DHH)
Tenía que ir a la ciudad de Bayamón, Puerto Rico, para una reunión de trabajo. Vivo en Ponce, aproximadamente a dos horas de Bayamón. Estaba teniendo problemas con el auto, así que tuve que tomar el transporte público el cual me recogió a las 4:00 a.m. y llegué a mi reunión. Un poco más tarde, comencé a pensar en los arreglos para el viaje de regreso a Ponce a las 5:00 p.m. Cuando llegué al mostrador del transporte, el agente me dijo que el único viaje disponible me llevaría hasta Santa Isabel, no a Ponce. Decidí que era mejor ir a Santa Isabel que quedarme. Llegamos un poco tarde y el conductor me dejó en la plaza de Santa Isabel. Busqué otro transporte hacia Ponce, pero el último ya había salido.
Mientras permanecía de pie afuera de la oficina del transporte dije en voz alta: «Por favor, Señor, envía a uno de tus ángeles para que me ayude». Diez minutos después, se detuvo un transporte público y el conductor me preguntó a dónde iba. Le dije que a Ponce y me respondió: «Sube, que ahí voy». Cuando nos fuimos me dijo: «No sé exactamente por qué vine por aquí, excepto que venía por la carretera y tomé un desvío para pasar por este pueblo». Le dije que fue Dios quien lo guío porque había estado orando para que Dios me ayudara a llegar a Ponce. El conductor me dejó en la puerta de mi casa y se negó a cobrarme. Con un corazón agradecido recordé las palabras del salmista: «Puse mi esperanza en el Señor, y él se inclinó para escuchar mis gritos...» (Salmo 40:1).
«Dios es nuestro refugio... en momentos de angustia» (Salmo 46:1).
Por los conductores de transportes públicos
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