«Que el adorno de ustedes no consista en cosas externas, como peinados exagerados, joyas de oro o vestidos lujosos, 4 sino en lo íntimo del corazón, en la belleza incorruptible de un espíritu suave y tranquilo. Esta belleza vale mucho delante de Dios». 1ª de Pedro 3:3-4 (DHH)
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Cuando el camino a seguir no está claro, el Espíritu Santo es nuestro defensor y guía siempre fiel.
En abundancia o en necesidad, Dios nos llama a compartir con quienes nos rodean.
La hospitalidad no solo es ofrecer mis regalos a un invitado, sino también reconocer y aceptar los dones que otros traen.
Cada uno de nosotros es profundamente diferente, pero a los ojos del Señor, todos somos iguales.
Fíjense cómo crecen los lirios. No trabajan ni hilan; sin embargo, les digo que ni siquiera Salomón, con todo su esplendor, se vestía como uno de ellos (Lucas 12:27, NVI).
Ante mí yace el amanecer y el día. Déjame estar de pie a la luz del sol.
Cuando las tormentas se juntan y cuando las tormentas disminuyen, Dios está con nosotros.
La iglesia no es un lugar sino las personas que se reúnen para adorar a Dios.